1.-EL
TALLER
Cuando Sito nos
llamó a su despacho, yo ya sabía lo que iba a pasar: “Avisa a
Jaime y venid los dos”, me dijo. Salí de mi oficina y recorrí el
corto pasillo que me separaba del taller. Nunca tan largos se me
hicieron aquellos diez metros que tantas veces había recorrido.
Jaime estaba debajo
de un coche, como solía ser habitual, lleno de grasa. Le llamé pero
no me oyó, así que tuve que golpearle en la pierna. Tenía la
música a todo volumen. “Nos llama Sito al despacho”. “¿Qué
pasó?” me dijo con voz temblorosa. En mi cara se podía ver que
nada bueno.
El pasillo de vuelta
se hizo aún más largo que a la ida. Como reo que recorre el
corredor de la muerte, yo iba resignado a lo que se nos venía
encima. Jaime en cambio, estaba más asustado, al menos, por fuera.
No paraba de preguntarme que pasaba, e insistía en que seguía
siendo el mejor mecánico de la ciudad y no podían echarle. Lo
primero seguro que era cierto, al menos, más cierto que lo segundo.
Con poco éxito, intenté tranquilizarlo.
Sito estaba sentado
detrás de la gran mesa que había mandado hacer, hace ya treinta
años, su padre. A pesar de ser más alto de lo que era Don Andrés,
la mesa se le hacía mucho más grande, apenas se le veía enterrado
en el sofá de piel.
En cuanto Sito
empezó a hablar, lo dejé de oír, sabía perfectamente lo que iba a
decir, a fin de cuentas lo conocía desde que era un niño. De forma
aislada oía palabras como “crisis” ,“he fallado” “lo
siento”, “si estuviese mi padre”... pero mi cabeza me llevaba a
los tiempos felices en los que en taller trabajábamos 10 personas,
quizá el mejor taller de la ciudad. El trabajo no faltaba y
cobrábamos nuestro sueldo y nuestras horas, porque se trabajaba
hasta tarde. Sito, que de aquella apenas era un niño, correteaba
entre los coches y se subía a los hombros de Jaime para preguntarle
“¿Que es eso? ¿Que es aquello?” sobre cada pieza de los coches
que desmontaba. Por aquel entonces, yo también estaba en el taller,
aunque no se me daba demasiado bien. En la oficina se bastaba Don
Andrés y su mujer, Doña Clara.
Cuando volví a la
realidad del momento, Sito estaba llorando. Pero esta vez, no estaba
Don Andrés para solucionar el problema, como cuando de chaval
llegaba con un coche que había accidentado, y sus lágrimas
ablandaban a su padre para que se hiciese cargo de todo.
Me ví obligado a
consolar a los dos. El uno no era capaz de objetivizar una situación
llena de emociones, y el otro no paraba de preguntar “¿Y esto como
se lo cuento yo a Carmen?”.
Cogí a mi amigo
(más de treinta años trabajando juntos) y lo saqué de allí bajo
el brazo. Era la hora de salir y ese día, con más motivo que
ninguno, nos habíamos ganado una cerveza en el bar de enfrente.
Apenas pude razonar
con él. No era el mejor momento para quedarse en el paro, no quedaba
duda, pero había que seguir adelante. Le recomendé que fuese a
casa y le contase lo sucedido a su mujer, que aunque nunca nos
habíamos llevado bien, era la primera que tenía que saber lo que
había pasado. De echo, esta era LA GRAN PREOCUPACIÓN de Jaime, “De
ésta, fijo que me deja” decía tembloroso.
1.-UN
NUEVO
PRINCIPIO
De camino a casa,
paré en el centro comercial. Compré un gran ramo de flores, como
los que le gustaban a Marta. Los niños estarían ya en casa,
posiblemente con los deberes hechos, y queriendo cenar para ver un
rato la tele.
Efectivamente, desde
la puerta se olía la cena, macarrones al horno, era viernes. Marta
ponía la mesa, y contestó con cara de interrogante al ramo de
flores. Llamé a los niños a cenar, “ahora te cuento” dije.
Estaban intranquilos
tenían un montón de planes para el fin de semana, y se interrumpían
al hablar. Les pedí un minuto de silencio, tenía que contar una
cosa:
-Os tengo que contar
una cosa. (Empecé con algo de solemnidad).
Sabéis porqué se
celebran los cumpleaños? Porque se cumple un año del día que más
puede celebrar una persona, el día que nace, el día que todo
empieza para él.
Lo normal es que la
gente solo tenga un cumpleaños, y por tanto esa celebración solo la
pueda hacer una vez al año. Desde hoy, yo tengo dos. Vamos a poder
celebrar mi cumpleaños dos veces, porque hoy he tenido una suerte
enorme. Una suerte que casi nadie tiene en la vida. (Marta me sonreía
con una lágrima resbalándole por la mejilla).
Hoy ha cerrado el
taller, para siempre. Y por eso tengo la oportunidad de volver a
empezar. (los niños se quedaron como estatuas, supongo que no
terminaban de entenderlo), Esto va a implicar algunos cambios, y
tenemos que empezar desde ya. Será una gran aventura, que correremos
todos juntos y necesitamos hacerlo como un equipo. Me vais a ayudar?
-Sí papá, dijo
David con voz seria.
-Pues este fin de
semana vamos a ordenar muy bien la casa y recogerlo todo, vamos a
irnos a vivir una temporada a casa de los abuelos, que para esta
nueva vida que empieza hoy, tenemos que deshacernos de muchas cosas
de la vida de antes.
Terminamos de cenar
casi en silencio, lo cierto es que me costaba transmitir el ánimo
que me hubiese gustado, y todos notaban que mi alegría tenía mucho
de fingido.
Teníamos algo de
dinero ahorrado, pero con los niños, la casa, colegio... lo cierto
es que apenas nos daría para tirar un año. Había que buscar
soluciones, y lo primero era reducir gastos, la casa de mis padres
podría ser una buena solución temporal. Marta estaba de acuerdo, ya
lo habíamos hablado si se daba la situación que se había dado.
Esa misma noche
Jaime me llamó tres veces, era incapaz de hablar con Carmen, su
mujer. Y yo incapaz de ayudarle.
3.-
LOS PRIMEROS MESES
El cambio fue para
bien, sobre todo al principio. Mis padres se alegraron de tenernos en
casa, y poder estar más tiempo con los nietos. Para mí era volver a
empezar en toda regla, mi habitación, el olor de mi casa... Por
suerte pudimos alquilar nuestro chalet bastante bien, suficiente para
pagar la hipoteca. Y con el paro, lo cierto es que para los gastos,
nos daba. Marta volvió a coser para algunas tiendas del centro,
subir pantalones y esas cosas. Yo, día tras día, me levantaba con
el convencimiento de que ese iba a ser EL DÍA de encontrar trabajo,
pero EL DÍA nunca llegaba.
El mejor fue el
primer mes. Todos necesitamos cambiar de vez en cuando, y lo vivíamos
como unas vacaciones en casa de los abuelos. A partir del segundo,
empezaron a surgir esos roces que tiene el que seis personas
compartan 90 metros cuadrados. Además, yo me empezaba a preocupar,
porque trabajo, no había.
Jaime me llamaba
casi a diario, y de vez en cuando echaba una cerveza con él. En su
fuero interno pretendía que yo le ayudara (a pesar de estar más
jodido que él, que no tenía niños). Insistía en que era el mejor
mecánico de la ciudad pero que la cosa estaba fatal. Apenas había
visitado tres talleres para pedirles trabajo y ni siquiera había
redactado un curriculum (aunque cierto es que sería un curriculum de
una línea, llevábamos trabajando en el taller toda la vida).
Al tercer mes me
pidió dinero. Tenía que pagar algunas cosas. Seguía haciendo la
misma vida que antes. A Carmen la seguía viendo de compras por el
centro con frecuencia, aunque nunca me paraba a hablar con ella, no
nos llevábamos bien, ya lo había comentado. Sospechaba que no le
había contado toda la verdad a su mujer, así que le dije que le
dejaba el dinero si me prometía que iba a contárselo a Carmen y si
no se lo contaría yo. Así lo hizo y yo le dejé el dinero. A la
semana siguiente llamé a casa de Jaime preguntando por él, “Está
trabajando” “¿Donde?” contesté. “No seas tonto, donde va a
ser.. en el taller!!!” me dijo su mujer. Posiblemente había
perdido 1.600€ pero me dolía más perder la confianza en un amigo.
No le dije nada a Carmen, pero tampoco a Jaime, ya no más.
4.-
LA NECESIDAD AGUDIZA EL INGENIO
Era ya demasiado
tiempo, y no parecía que fue a aparecer nunca un trabajo. Así que
empecé a plantearme el montar un negocio por mi cuenta. Lo cierto es
que tampoco sabía hacer nada útil, mi trabajo se limitaba a hacer
facturas, presupuestos, ordenar papeles, albaranes... Y los talleres
de la ciudad, con los que tenía buen trato, no parecía que
estuviesen buscando gente, más bien todo lo contrario.
No se vendía
coches, y los que había andaban menos kilómetros, pero aún así me
sorprendía que los talleres tuviesen tan poco trabajo, así que me
empecé a fijar en los coches aparcados y los que circulaban por las
calles.
Casi todos tenían
falta de cuidado, el que no estaba rayado, perdía algo de aceite, o
tenía la tapicería hecha polvo, o por el ruido le rozaba el
ventilador, o la correa. Trabajo no parecía que faltase. Incluso los
coches buenos, de gente que tendría dinero para arreglarlos, tenían
falta de mantenimiento. Quizá el tener que trabajar más para ganar
lo mismo, hiciese que les faltase tiempo para llevarlos ellos mismos
al taller. Se me ocurrió una idea.
Esa misma tarde
monté sobre mi bicicleta plegable una batería de coche con una
dinamo y empecé a diseñar una “carrocería” para serigrafiarla.
Por una temporada tendría que renunciar a salir de paseo con los
niños. Preparé una repisa en la parte de atrás con el hueco justo
para montar mi portátil con una impresora debajo. Acababa de nacer
“TELE-TALLER”. Mi cuñado me diseñó un logo e hicimos unas
pegatinas impresionantes para pegar en los costados.
La gestoría que
llevaba las cosas a Sito, no puso problemas en arreglarme los papeles
gratis para darme de alta como autónomo. Decía que ya le pagaría
con los beneficios.
La idea era
sencilla, recorrer las calles buscando coches con reparaciones que el
dueño estuviese dispuesto a arreglar, preparar un presupuesto al
momento y dejárselo en el parabrisas con mi teléfono. En el momento
que me llamasen, me acercaba con la bici, la metía en el maletero y
le llevaba el coche a arreglar mientras el dueño estaba trabajando,
o en casa. Estaba impaciente por empezar.
5.-
EL FINAL DEL PRINCIPIO
Reconozco que las
primeras semanas fueron duras, creo que hice más de doscientos
presupuestos hasta que tuve la primera llamada. La gente me veía a
mis cincuenta y tantos años en mi bici plegable y se reían de mí.
Nunca pensé en rendirme, pero reconozco que alguna lágrima de rabia
sí que solté. Solo pensar en mi familia me hubiera dado fuerzas
para dar la vuelta a mundo con aquella bicicleta plegable de mierda.
No iba a parar.
Fue casi sin darme
cuenta, al principio me solían llamar para lavar el coche, un cambio
de aceite como mucho, o llevarlo a pasar la ITV. Yo le ponía mucha
ilusión. La misma si me pedía que le revisase la presión de las
ruedas que si me hubiese tocado la lotería. Y poco a poco, me
empezaba a llamar, incluso gente a la que no había hecho
presupuestos, solo me conocían de oídas. En los talleres empezaron
a hacerme descuentos bastante jugosos, a fin de cuentas, les llevaba
trabajo.
En un año tenía a
dos chicos con bicicletas plegables recogiendo y entregando los
coches a los clientes.
Fue entonces cuando
pensé en montar mi propio taller, tenía mucho trabajo y alguna vez
me fallaban en el plazo. Quizá así controlase mejor los tiempos.
Llamé a Jaime, a
fin y al cabo, seguía siendo el mejor mecánico de la ciudad,
quedamos a tomar una cerveza. Su mujer le había dejado y estaba
viviendo con su hermano. Cuando le propuse montar un taller a medias,
nos fundimos en un abrazo. “eso sí, el primer sueldo, ya lo has
cobrado” “esperaré por el segundo” me dijo con una gran
sonrisa.
Alberto Rodriguez Boo
En un barco a la
deriva:
El pesimista se
pone a rezar seguro de su muerte.
El optimista se
tumba en cubierta seguro de que alguien irá a rescatarlo.
El realista...
rema.
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