miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL TOPO TOD

Tod, era un pequeño topo muy inquieto. Le gustaba hacer sus túneles de forma que hiciesen ángulos perfectos de 90 grados. Disfrutaba haciendo largos pasadizos en el subsuelo para luego poner a prueba su habilidad uniéndolo con los que ya tenía. Formaba cuadrículas enormes. Era un trabajo duro que le ocupaba largas horas cada día. En cierta ocasión uno de esos túneles le llevó al exterior. Vio la luz y ya nada volvió a ser lo mismo. A partir de aquel día los túneles se le hicieron pequeños, muy pequeños. Hoy busca a cada momento la excusa para poder salir y volver a disfrutar de la compañía y la dulzura de la luz que le acuna cuando sale.
¿Quien no ha deseado , alguna vez, encontrar su luz?.

domingo, 6 de noviembre de 2011

EL TESTAMENTO

Hay varios momentos claves en la vida de una persona, hace poco descubrí que son tres. Uno es la consecución de la autonomía, aquel en que por fin planificas tu día y tu tiempo de forma individual. Yo fui consciente de ello la primera vez que pasé un fin de semana fuera de casa con mis amigos, recuerdo que fue una excursión con acampada en el jardín de un amigo y tuve que organizarme por mi mismo. El segundo y contrario al anterior, es cuando decides dejar de ser autónomo y creas tu propia familia, a partir de ese día las decisiones que tomes con tu tiempo implicarán a más personas. Ese fue el día en el que me fui a vivir con la que sería mi mujer todos estos años. El tercero es volver al primero pero de forma evolucionada, como la vuelta de escalera que te sitúa en el mismo sitio, pero en un punto superior, o inferior, según se mire. Es el día en que vuelves a disponer de tu tiempo de forma individual, al menos en mi caso, esto no ha sido de forma prevista ni voluntaria. Hace un mes mi mujer nos dejó y con dolor sufro su falta.
En todos estos momentos creo que conviene hacer balance. Valorar lo que has hecho en la anterior etapa y pensar qué se espera de esta nueva. Se trata de organizarse, de estructurar como vas a gestionar la nueva situación. En este momento clave, yo decidí jubilarme, aunque ya tenía que haberlo hecho tiempo atrás, y dejar el trabajo a la sangre nueva que empujaba desde abajo.
Durante estos años en que he disfrutado de ser padre, cierto es que ha recaído más en manos de mi mujer la dura tarea de educar a nuestros hijos. Lo he intentado pero con poco éxito, siempre el tiempo, el trabajo, etc. Les hemos provisto de estudios, de viajes, de experiencias, de más de lo que han necesitado y de casi todo lo que han querido. Quizás por eso, me sentía culpable. Culpable de no haberles enseñado más o por lo menos algunas cosas importantes. La vida cómoda no les ha dejado disfrutar de las pequeñas cosas de las que yo disfrutaba en mi juventud. No han tenido que inventarse los juguetes ni imaginarse castillos con sábanas y cojines, no han tenido que crear negocios ficticios ni viajes mágicos porque los han tenido en la realidad. No han estrujado su cerebro para pensar cómo crear, ni han podido disfrutar de ver como tu creación crece. No han sido capaces de sentir la satisfacción del jardinero, de cuidar su jardín y verlo florecer esperando algo tan ambicioso como es el orgullo del trabajo bien hecho. Se han perdido la adrenalina y la emoción del riesgo, las noches sin dormir porque no sabes como solucionar un problema. Lo han visto y tenido todo fácil, evidente. Y como la gente necesita retos, los que no han encontrado en el trabajo, los han buscado en cosas, no en vivencias, y las cosas no tienen el sentimiento de las vivencias. Me sentía culpable por no haberles enseñado todo esto.
Es por eso que en mi jubilación, que por otro lado sé que mis hijos esperaban con impaciencia, decidí repartir mi herencia dejándoles lo que no pude darles en vida, una lección, un aprendizaje. Cedí todos mis bienes materiales a una fundación que gestionaría un buen amigo de la infancia y a cada uno de mis hijos una copia del libro “Tener y ser” de Erich Fromm con la dedicatoria “mi bien más valioso es habido sabido disfrutar de lo que he hecho, de mi vida. Por eso a vosotros no puedo menos que intentar daros ese bien, disfrutad de la satifacción del esfuerzo, de la superación propia, de la consecución del logro. El resto de las cosas son efectos colaterales de este hecho”
El cáncer que se suponía me había desaparecido hacía ya diez años volvió a ocupar mi cuerpo, los médicos no consiguieron justificar que reapareciese. Yo sabia el porqué, estaba ocupando el hueco que había dejado mi mujer. Ella era la que me daba las fuerzas para querer mejorar cada día, esforzarme, y sin ella el cáncer tenía un rival débil con el que enfrentarse.
Ahora estoy en el hospital, ingresado, he visto en los ojos de mi médico que la perspectiva no es buena, y posiblemente no llegue a las próximas navidades, que es cuando conseguía juntar a todos mis hijos en la misma mesa. Desde que les expliqué lo de la herencia ninguno a venido a verme, ni me ha llamado al hospital. Es evidente que se han enfadado mucho conmigo por este tema. Pensaba que era yo el que les iba a enseñar algo, sin embargo están siendo ellos los que me están ensañando, aún a pesar que hace años que digo que ya soy mayor para aprender cosas nuevas. De la misma manera que hay tres etapas en la vida también hay tres formas de aprender: La experiencia propia es el mejor camino; el ejemplo, no siendo tan educativo sigue siendo bueno; y el peor, el que yo intentaba aplicar es con la palabra. Por desgracia es tarde ya para corregir mis errores de la vida.

viernes, 21 de octubre de 2011

EL PARQUE CON MI ABUELO

Querido diario:

Hoy me he escapado a dar una vuelta por el parque, hace ya un mes que me han dado de alta en el hospital pero dicen que me tengo que quedar en mi habitación unos días más y eso es muy aburrido. He ido al parque porque es lo que más me apetecía, estaban allí mis amigos del colegio, pero nunca quieren jugar conmigo. Además como este año tuve que estar en el hospital pues no están acostumbrados a hacerme un hueco en los juegos. Por eso he estado sentado en un banco hablando con mi abuelo que siempre va a pasear por el parque por las mañanas.
Esta semana lo he visto tres veces y me gusta mucho las cosas que me cuenta, me habla de cuando era niño y del pueblo, del campo, de como montaba a caballo y cosas de esas. Me habla también de la abuela, que la echa de menos y yo también porque hacía unas rosquillas más ricas que las de mamá. Me pregunta por mis padres, que como no se ven pues no está nada enterado de lo que pasa en casa, de que a papá le han echado del trabajo y se pasa el día en el bar, y de que mamá está muy triste y preocupada porque sigo malito. Yo le conté lo del hospital y que no me gustó nada de nada, que sientes siempre frío aunque tengan la calefacción a todo trapo, que la gente es muy seria y casi no hablan contigo, además a veces me hacen daño. Desde que estoy en casa estoy más a gusto, porque mi mamá me da muchos besos y me cuida mejor. Además siempre me hace para comer mis platos preferidos. Lo malo espero el médico me ha dicho que tengo que tomar un montón de pastillas y mi madre está muy preocupada.
Lo de las pastillas no me gusta nada, así que hago que me las tomo pero las escondo debajo de la lengua y luego las tiro al water, porque cuando me las tomo luego estoy muy cansado y no tengo fuerzas para escaparme al parque y ver a mi abuelo. No se lo puedo contar a nadie porque no quiero que se preocupen por mí y piensen que me puede pasar lo mismo que al tío Julio.
Cuando llego a casa me pongo otra vez el pijama para que mi mamá no vea que fui a jugar y me meto en cama. Es tan buena que no se entera de nada, a veces me toca lavar los pantalones en el lavabo y ponerlos a secar debajo de la cama, pero nunca me ha pillado. No le puedo contar que veo al abuelo, ni que he hablado con él. Eso si que le pondría muy triste a mi mamá y por eso prefiero no contarle nada, supongo que bastante tiene con lo de papá y con que esté en cama y malito.
Antes de que me llevasen al hospital le contaba siempre a mamá que veía al abuelo y le contaba las cosas que hablaba con él y ella se ponía a llorar, siempre se pone sensible. Mi familia siempre ha tenido cosas de estas, o se quieren mucho o no se pueden ver delante. Es siempre como si estuvieses montado en la montaña rusa, lo que pasa es que no sabes cuando estás arriba ni cuando estás abajo.
Igual es mejor que vuelva a tomarme las patillas y deje de ver a mi abuelo, que yo ya sé que se murió el año pasado y que solo lo puedo ver yo en mi imaginación, pero me hace mucha compañía y le echo de menos. El parque sin mi abuelo es mas aburrido. Igual me porto bien para que mi mamá no esté más triste y se arregle más para salir a la calle y sea la más guapa del barrio, como siempre ha sido.

viernes, 30 de septiembre de 2011

ODIO

Hoy por fin lo he entendido todo, he desentrañado un sentimiento desconocido para mía hasta hace bien poco, el odio.
Siempre había creído en la necesidad del trabajo y el esfuerzo para la consecución de los objetivos. El llegar a donde hoy me encuentro ha supuesto mucho de ambas cosas. No soy amigo de hablar de casualidades, más bien de saber aprovechar las oportunidades que te surgen, y creo que de eso yo he sabido bastante. El haber conocido a la gente adecuada, y el haber hecho algunos buenos negocios solo me abrió la puerta a la élite a la que ahora pertenezco.
Recuerdo perfectamente los meses de ahorro, guardando cada euro, sin darme ni el más mínimo capricho para poder pagar las letras de un coche y una ropa que fuese valorado por esa casta que envidiaba y ansiaba. Recuerdo con orgullo las horas frente a los espejos de mi apartamento practicando las posturas, los gestos, conversaciones ficticias, viendo películas en las que poder aprender como se comportaba la gente en la que me quería incluir. Puede que alguien pueda pensar que estar en la élite es sencillo, para mi no lo fue. Fingí durante años saber jugar al golf, esquiar o hacer vela, reí chistes clasistas que no compartía y seguí conversaciones interminables sobre inversiones y rentabilidades en las que apenas podía aportar algo más que humillación y vergüenza. Pagué clubes selectos apenas ganando lo que cobraría el que nos limpiaba los baños. Estaba convencido de lo que quería y el esfuerzo que iba a requerir.
El tiempo me lo dio, y de todo aquello salieron los frutos y hoy soy uno de ellos. Los contactos funcionaron, el dinero llegó y por fin empecé a sentirme merecedor del lugar que ocupaba en aquella sociedad exclusiva. Por fin todo iba bien. Todo iba bien hasta que llegó él, Francisco Gonzalez Blanco, ni siquiera su nombre quería decir nada. Un don nadie con todas las letras.
Entró de la mano de mi buen amigo Javier Ureña, amigo que me gané invirtiendo lo que para mí, en aquel entonces, era una fortuna, en cenas y salidas nocturnas. Javier era un tipo de trato afable, a pesar de su aspecto despreocupado yo sabía de su capacidad de análisis y valoración de las personas. No entendía como había podido traer a ese personaje a una de nuestras reuniones en el club. Era un completo desconocido, un peón de la sociedad, hablaba como un camarero de barrio. Si me hubiesen preguntado diría que vivía en Vallecas o Carabanchel, ni siquiera tenía conjuntados los zapatos con el cinturón, sin hablar de su corte de pelo. Cierto era que podía generar cierta gracia su desparpajo y naturalidad, aunque del todo inapropiado, incluso indecente. Para mis adentros pensé que quizá lo había traído para mofa de la pandilla. Yo había invertido años de mi vida en ser como ellos, y desde luego que no estaba dispuesto a permitir que este don nadie ocupara un sitio en aquella mesa sin ningún tipo de mérito además de saber contar chistes y decirle tonterías a las camareras. Supongo que el odio nació aquel día, a pesar de que tardé semanas en entenderlo.
Las visitas de Francisco, que al segundo día ya era Paco, se repitieron. Se ganó a la gente a pesar de no tener donde caerse muerto. Trabajaba de comercial vendiendo coches, Seat, para más inri. Me sentía incomodo no solo porque se hubiese hecho un hueco en el grupo que a mí me había llevado años, sino porque además se había convertido en el centro de atención. Por su culpa, cambiamos partidas de pádel por excursiones a la montaña, nuestras copas en el reservado del Luxuri, por darnos codazos en las barras de Malasaña... durante semanas no entedía nada. Yo había invertido veinte años de mi vida en pertenecer a esa élite y el se había colado directamente en el corazón del grupo y por la puerta de atrás. El odio se extendió como un virus, incluso con manifestaciones físicas, vómitos, fiebre, mareos, etc. Era incapaz de controlarlo, al verlo me temblaba todo el cuerpo, se me aceleraba el corazón, solo su presencia me sacaba de mis casillas.
Ahora que estoy pagando por lo que hice me doy cuenta porqué matarlo no hizo que desapareciese esa sensación. En aquel momento no lo veía, solo pensarlo hace que me inunde la tristeza y la ira, me deshago como un niño pequeño al que regaña su padre, pero a quien realmente odiaba era a mi mismo. Desprecio cada cosa que tengo, cada día que he vivido hasta hoy, lloro sólo con mirarme al espejo. He tirado mi tiempo, mi vida, mi trabajo y mi esfuerzo luchando por un objetivo equivocado. Había fijado mi mirada tan abajo, en el camino, que perdí de vista la meta . Y ahora ya no puedo recuperar nada de lo perdido, y lo he perdido todo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

ATASCO

Los atascos siempre han producido en mí un efecto contrapuesto. Por una parte me sacan de mis casillas, la sensación de estar atrapado y no poder ser libre de utilizar tu tiempo en lo que realmente quieras me desespera. Por otro, me hacen evadirme y pensar en cosas que me alejan, al menos intelectualmente del lugar y momento presente.
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Aquel atasco de 2032 me llevó al atasco de veintiún años antes. Cuando por primera vez me planteé vivir en Madrid. Ha cambiado todo mucho desde entonces, por lo menos ahora los atascos no son tan ruidosos y contaminantes. Recuerdo que era final de verano, llevaba apenas unas semanas trabajando allí, pero ya me estaba haciendo a la idea que mi futuro pasaba por quedarme en la capital. Y eso que toda mi vida había estado huyendo, como perro apaleado, de aquella ciudad sumida en el caos y el estrés. Fue precisamente aquello el desencadenante de todos los cambios que me llevaban aquel día a aquella entrevista. Era momento de hacer balance y la verdad no había preparado como debía lo que me iban a preguntar. Tampoco me preocupaba, me preguntarían un poco de los comienzos de “Control Systems” y algo de los sistemas de seguimiento disperso (SSD) que tanto éxito habían tenido. Por otra parte, ya estaba acostumbrado a hablar de ello.
El hilo argumental lo tenía organizado, aquel “Join de dots” de Steve Jobs que tanto me había marcado a principios de este milenio. Efectivamente podía resultar raro el ver que alguien como yo, con una vida dispersa y desorganizada, dando tumbos de un sitio a otro y sin una trayectoria clara, hubiese acabado desarrollando un sistema de seguimiento y triangulación por microondas que hoy en día se utilizada para casi todo. Se trataba sencillamente de una concatenación de casualidades, o de mantener la fe en que al final, los puntos se unen.
Llegué con tiempo a la entrevista, había aprendido a marcar mis horarios en función de los atascos y no pretender que fuese al revés, todo un logro para mi paz interior. Andrés del Hierro, el periodista, quería que hablásemos un poco antes de empezar, así que nos sentamos tranquilamente en una sala.
-No tengo ni puta idea de que haces, solo sé que todo el mundo habla de ello, ¿me puedes explicar de que se trata todo esto?
-Es muy sencillo, es un dispositivo basado en la misma tecnología que los teléfonos móviles pero que nos permite comunicarnos automáticamente con un ordenador. Ha sido la manera de enviar y recibir información entre dispositivos que se mueven y saber donde están uno respecto del otro con fiabilidad. Hoy día es algo transparente para nosotros, pero prácticamente todo está comunicado con sistemas de este tipo, es lo que hace que los coches no choquen y puedan moverse solos para ir al taller o que tu nevera hagan sus pedidos por si sola y el repartidor automático te la rellene sin siquiera darte cuenta, de forma rápida y limpia.
-Pero esto se aplica hoy lo mismo a los medios de transporte, a las máquinas, que a las personas, ¿no puede tratarse de algo nocivo para la salud?
-Bueno, cuando lo desarrollamos hace casi veinte años se aplicaba solo en el sector industrial, de echo había sido una idea que había planteado ya hace muchos años en una fábrica en la que trabajaba y se descartó por ser muy caro y difícil de implementar. No deja de ser una llamada de móvil, es igual de dañino que hablar por teléfono, además, las intensidades que se utilizan son mucho más bajas, al ser datos codificados no necesitamos tanta potencia. En las personas tiene muchas aplicaciones sin las que hoy no sabríamos vivir, imaginas acaso orientarte en un edificio que entras por primera vez sin tu SSD, o la inseguridad que generaría el cruzarte con alguien que no dispusiera de un SSD, podría ser un atracador, un terrorista... tendríamos que vivir rodeados de policía, de señales, cámaras, etc.
-Y cuanto tiempo estuvo la idea en el cajón?
-Aproximadamente diez años. Hubo un momento en mi vida en que me planteé un cambio drástico, estaba cansado de la vida que tenía. El caso es que pensé en Madrid como ciudad de oportunidades. Como lo único que sabía hacer era vender ideas, me puse a trabajar de consultor de ingeniería. Fue cuando me dí cuenta de que las empresas productivas de aquel entonces necesitaban cada vez sistemas de control automático más versátil y los clientes demandaban más productos a la carta. El germen del seguimiento disperso fue poder comunicar a los equipos con los elementos que se estaban fabricando en tiempo real. Por poner un ejemplo, un niño ingles hacía su pedido por internet de un juguete de acuerdo sus preferencia de tamaño, color, forma, etc. La diversidad, la personalización del productos y los costes hacían que no puediese haber stock de cada posibilidad, así que ese pedido directamente llegaba a un dispositivo fabricado a base de PLC's en la fábrica e iba cubriendo los pasos de la linea de producción que necesita, y todo eso sin la acción de ninguna persona.
-Se trata entonces de la automatización total?
-Bueno, en aquel momento fue un avance, era unir al cliente con el producto en todo momento. Además el consumidor podía saber en tiempo real que estaba pasando con su compra. Hoy en día ha eliminado los stocks, reducido mucho los accidentes y flexibilizado las producciones.
-Pero esto no solo se aplica a la fabricación, como fue el salto a la universalización de esta idea?
-Fue algo casual, de nuevo. Tenía un amigo viviendo en China por aquel entonces. A través de él, empecé a visitar algunas fábricas de alta cadencia de producción, como consultor, y cuando aplicas estos sistemas que había testado en pequeños talleres a grandes fábricas los resultados son espectaculares. En seguida las fábricas que no implantaban sistemas de seguimiento disperso se veían en clara desventaja competitiva. Ese fue el escaparte. Hubo quien pensó que se trataba de una moda, como el Just in Time, el kaizen o otras filosofías, pero aquí había una base física, palpable y concreta. De ahí a los sistemas que se aplican para el control del tráfico aéreo y terrestre, o a nuestra vida cotidiana fue solo evolucionar la idea, para eso se creó “Control Systems”, contratamos a un montón de ingenieros, trabajadores y creativos que fueron los realmente responsables de la expansión.
-Hoy en día no me imagina el mundo sin todo esto, ¿te haces una idea de lo que serían coches sin SSD?
-Supongo que ha cambiado la forma de entender la conducción, si viesen nuestros abuelos que las carreteras ya no tienen lineas pintadas porque los coches se apartan solos, o que en un cruce el coche nos frena automáticamente, pues está claro que no se lo creerían. Lo cierto es que el equipo que desarrolló el SSD fue un equipo genial, durante un año, cada día que llegaba al trabajo habían conseguido una aplicación nueva, ellos son los que tienen el mérito, yo me dedicaba a buscar financiación y vender la idea a empresas que confiasen en nuestros sistemas.
-Bueno, me queda claro que eras un visionario.
-No te creas, tan solo era un joven con mucha imaginación a la que el destino le hizo cruzarse con las personas adecuadas en los momentos adecuados. No es que no me sienta orgulloso de lo que hicimos pero yo tuve poco que ver, sencillamente como dijo steve jobs en su día, estás obligado a elegir lo que haces y es el destino el que hace que los puntos se vayan uniendo. Solo hay que hacer, en cada momento, lo que crees que tienes que hacer.
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Volví otra vez al atasco, se me había ido la olla a otra de mis historias, miré el reloj, eran las 12:30 y aún quería recoger la casa y hacer la comida, hoy venían mis padres a comer, putos atascos.

miércoles, 31 de agosto de 2011

CAFÉ

Lo importante no son las oportunidades que te surgen, sino las que sabes aprovechar.


Conocí a Segundo Paez en el instituto, en el año 1965, era un tipo peculiar, no nos engañemos. Si fuese hoy en día le hubiésemos llamado friky, de aquella era simplemente un tipo peculiar. Era el hijo mediano de una familia trabajadora, poco amigo del estudio o del deporte. La verdad es que no entendía muy bien de donde venía que siempre anduviese con prisa, porque a ojos de todo el mundo, no hacía absolutamente nada. Coincidíamos para comer muchas veces, y como yo tampoco tenía muchos amigos me solía sentar con él. Era totalmente impredecible, lo mismo no habría la boca en toda la comida que se quedaba sin comer por seguir contando alguna historia increíble. Recuerdo que en una ocasión me contó una historia sobre un pájaro muy extraño. Lo había visto en el parque y no se parecía a ningún otro. Lo había buscado en libros de ornitología y al no encontrarlo, había llegado a la conclusión que era una especie sin catalogar. Era por eso que acababa de decidir ser biólogo y que aquel pájaro llevase su nombre. Este tipo de cosas eran las que hacían que fuese un poco peculiar y que no tuviese amigos. El echo de que yo fuese el que escuchaba estas historias ayudaba a que tampoco los tuviese yo.
No lo volví a ver hasta cinco años después. La verdad es que había cambiado mucho, había cambiado su ropa por algo más juvenil que le disfrazaban de persona normal. Me sonrió al verme, la verdad que me sorprendió. Me acerqué a él y le ofrecí tomar un café para ponernos al día. El se rió de forma extraña, seguía siendo un poco peculiar. “un café precisamente, jejejeje” me dijo. De camino a un bar que hacía esquina entre Alfredo Brañas y Doctor Teixeiro me empezó a contar que el café tenía mucho que ver con su familia. Parece ser que un jesuita llamado Pedro Paez había sido el causante de que el café llegase a España a mediados del siglo XVIII, algo curioso, sin duda. Pero las casualidades no se quedaban ahí. No me dejaba pedir al camarero contándome anécdotas que unían a su familia con el café, que si un abuelo comerciante, que si un primo alérgico... Sin duda estaba ilusionado con el tema. Poco a poco fue personalizando más la conversación, parece ser que el café es la segunda bebida más bebida en el mundo (después del agua) y que es el segundo producto más exportado (después del petroleo), y claro, él se llamaba Segundo, y era el segundo de dos hermanos, y siempre había vivido en un segundo. Estaba claro que el universo giraba para que se diese cuenta de su vinculación con el café. Las señales no podían equivocarse. El café y él debían volver a cruzar sus caminos. La verdad es que no supe que decirle, animarle hubiese sido alimentar mi fuego eterno, desanimarle sería incomodo y no me aportaba nada, no pude morderme la lengua y opté por la ironía:
¿y como piensas aprovecharte de esta conjunción cósmica? Le dije
Bueno, lo tengo todo pensado. Voy a montar un bar donde el café sea el centro, que puedas comprar café en grano de alta calidad para llevar, o que te lo hagan y lo tomes allí, o te lo lleves en un vaso de cartón y lo tomes por la calle. Tiene que ser un sitio donde te sientas a gusto, con música de fondo, algo así como tu tercer lugar, después de tu casa y del trabajo. Buscaré un sitio céntrico y le daré una decoración especial, con sillones y una zona donde puedas personalizar tu café con vainilla, cacao y estas cosas.
No pude evitar reírme, como alguien iba a tomar café en un vaso de cartón, y andando por la calle!!! y poner sofás en un bar, como si fuese el salón de tu casa... en 1970 aquello era una tremenda gilipollez.
Me pone tenso ver que la gente pierde el tiempo de su vida, y Paez me daba continuamente esa sensación, no quería discutir, pero él ya estaba incómodo y yo quería irme. Quedamos de llamarnos algún día.
Ese mismo año me dieron una beca para Seattle, cerca de Washington, toda una oportunidad para un españolito como yo de futuro incierto. Allí todo era diferente, estaba perdido, me sentía como una hormiga en el desierto, había muchos coches, mucha gente, todo era grande. No sabía a donde mirar ni hacia donde ir. La gente tenía siempre prisa, no tenían ni un minuto para pararse, la vida no era tan tranquila como en España.
Fue en una fiesta a finales de 1970 cuando conocí a Jerry Baldwin, mi profesor de historia. No sé como la conversación derivo de aquella manera, supongo que hablábamos de la necesidad de parar, de vez en cuando. El caso es que acabé hablándole del proyecto de Segundo Paez, cierto que con más seriedad de la que él me inspiró en su día contándomelo y como si fuese de cosecha propia. Yo me fui de Seattle antes de que Jerry abriese su primer Starbucks, de echo tardé años en saberlo. Fue en 1992, en mi despacho, leyendo el periódico. Salía una pequeña reseña, “una cadena de cafeterías llamada Starbucks y dirigida por Jerry Baldwin, empieza a cotizar en bolsa”. Sin duda fue una casualidad que justamente esa mañana Segundo Paez apareciese por mi despacho a preguntarme si tendría algo de trabajo para él. Era un momento difícil, la crisis se acercaba y los trabajos escaseaban. Por supuesto no le comenté nada de Baldwin, tan solo le desee suerte en la vida.

sábado, 27 de agosto de 2011

LA PESADA CADENA DEL MATRIMONIO

Decía el gran Alexander Dumas que el matrimonio es una cadena tan pesada que debe ser llevada entre dos y a menudo entre tres personas.


Eran las 6 de la tarde. Estaba deseando terminar aquel informe que me había ocupado toda el día. Había quedado con Silvia a las 6:30 en el hotel Avenida y no quería llegar tarde. Hoy había preparado para nosotros una fiesta sorpresa. Me había dicho que llevase un antifaz y ropa interior de color rojo. Lo cierto es que siempre se le ocurrían cosas para hacer de cada una de nuestras citas clandestinas algo diferente y nuevo. Habíamos empezado nuestros encuentros secretos poco después de tener a mi hijo David. Supongo que dejar de ser el foco de atención en casa me hizo caer en aquella tentación. Silvia era algo especial. Al principio buscábamos sitios recónditos, alejados y secretos para nuestros encuentros, pero con el tiempo habíamos ido perdiendo el miedo a ser descubiertos y cada vez nos veíamos en sitios más céntricos. Por otra parte, cada vez me daba más igual.
Cuando llegué al hotel Silvia ya estaba allí, esperándome. Había dejado a los niños con la canguro y también tenía prisa por llegar a casa, así que tuvimos que acelerar nuestros juegos de pasión. No fue un problema, nunca lo era. Con ella el sexo era algo diferente, apasionado a la vez que sencillo, nos gustábamos y disfrutábamos de nuestros cuerpos sin tabús ni complejos. Nos amamos durante dos horas y quedamos para la próxima semana, misma hora, mismo sitio.
De camino a casa paré a comprar algo, una tarta de fresa para David y Lucía y un ramo de flores para mi mujer, rosas rojas, algo clásico pero elegante. Estaba claro que me sentía culpable por llegar tarde. Me había dicho que llegase antes de las 9, que tenía una cena especial preparada y no me gustaba fallarles.
Intenté no hacer ruido al abrir la puerta. Disfrutaba viendo las escenas familiares de mi casa como si de una cámara oculta se tratase. Los niños jugaban a los castillos en el salón. Me acerqué a la cocina y sin hacer ruido me apoyé en el marco de la puerta. Mi mujer estaba de espaldas, frente la ventana, terminando de colocar un apetitoso asado sobre una fuente. Estaba sexy con aquel delantal que ceñía su cintura. Me acerqué por detrás sin hacer ruido y le besé en el cuello. Ella inclinó su cabeza sobre la mía apoyando su mejilla contra mi cara. Sentí ese calor que solo te da el hogar, estaba en casa, por fin a salvo del duro día.
Llamé a los niños que vinieron como dos ciclones. Tuve que separarles de la tarta para que no le metiesen los dedos antes de cenar. Puse las flores en agua y nos sentamos a la mesa. Los niños estaban algo revoltosos, más de lo habitual, se acercaba el cumpleaños de Davíd. Quería que empezásemos a comer cuanto antes, tenía hambre y dije “Cariño, ven a sentarte que ya sirvo yo la cena”. Ella se acercó y se sentó a mi lado. Al inclinarse, la falda que llevaba se subió un poco y no pude evitar quedarme mirando para sus muslos. Seguían manteniendo la sensualidad de cuando era una adolescente. Ella vio como me quedaba mirando. Con una sonrisa ruborizada me guiñó un ojo con una picardía que solo ella era capaz. En ese momento el estómago me dio un vuelco. Sentí esas cosquillas que sientes en el estómago cuando una sensación es tan intensa que no la puedes digerir. Nunca iba a dejarla. Era la mujer de vida, yo lo sabía. Lo de no tener dudas de este tipo es una de la ventajas de que tu amante y tu esposa sean la misma persona.