domingo, 6 de noviembre de 2011

EL TESTAMENTO

Hay varios momentos claves en la vida de una persona, hace poco descubrí que son tres. Uno es la consecución de la autonomía, aquel en que por fin planificas tu día y tu tiempo de forma individual. Yo fui consciente de ello la primera vez que pasé un fin de semana fuera de casa con mis amigos, recuerdo que fue una excursión con acampada en el jardín de un amigo y tuve que organizarme por mi mismo. El segundo y contrario al anterior, es cuando decides dejar de ser autónomo y creas tu propia familia, a partir de ese día las decisiones que tomes con tu tiempo implicarán a más personas. Ese fue el día en el que me fui a vivir con la que sería mi mujer todos estos años. El tercero es volver al primero pero de forma evolucionada, como la vuelta de escalera que te sitúa en el mismo sitio, pero en un punto superior, o inferior, según se mire. Es el día en que vuelves a disponer de tu tiempo de forma individual, al menos en mi caso, esto no ha sido de forma prevista ni voluntaria. Hace un mes mi mujer nos dejó y con dolor sufro su falta.
En todos estos momentos creo que conviene hacer balance. Valorar lo que has hecho en la anterior etapa y pensar qué se espera de esta nueva. Se trata de organizarse, de estructurar como vas a gestionar la nueva situación. En este momento clave, yo decidí jubilarme, aunque ya tenía que haberlo hecho tiempo atrás, y dejar el trabajo a la sangre nueva que empujaba desde abajo.
Durante estos años en que he disfrutado de ser padre, cierto es que ha recaído más en manos de mi mujer la dura tarea de educar a nuestros hijos. Lo he intentado pero con poco éxito, siempre el tiempo, el trabajo, etc. Les hemos provisto de estudios, de viajes, de experiencias, de más de lo que han necesitado y de casi todo lo que han querido. Quizás por eso, me sentía culpable. Culpable de no haberles enseñado más o por lo menos algunas cosas importantes. La vida cómoda no les ha dejado disfrutar de las pequeñas cosas de las que yo disfrutaba en mi juventud. No han tenido que inventarse los juguetes ni imaginarse castillos con sábanas y cojines, no han tenido que crear negocios ficticios ni viajes mágicos porque los han tenido en la realidad. No han estrujado su cerebro para pensar cómo crear, ni han podido disfrutar de ver como tu creación crece. No han sido capaces de sentir la satisfacción del jardinero, de cuidar su jardín y verlo florecer esperando algo tan ambicioso como es el orgullo del trabajo bien hecho. Se han perdido la adrenalina y la emoción del riesgo, las noches sin dormir porque no sabes como solucionar un problema. Lo han visto y tenido todo fácil, evidente. Y como la gente necesita retos, los que no han encontrado en el trabajo, los han buscado en cosas, no en vivencias, y las cosas no tienen el sentimiento de las vivencias. Me sentía culpable por no haberles enseñado todo esto.
Es por eso que en mi jubilación, que por otro lado sé que mis hijos esperaban con impaciencia, decidí repartir mi herencia dejándoles lo que no pude darles en vida, una lección, un aprendizaje. Cedí todos mis bienes materiales a una fundación que gestionaría un buen amigo de la infancia y a cada uno de mis hijos una copia del libro “Tener y ser” de Erich Fromm con la dedicatoria “mi bien más valioso es habido sabido disfrutar de lo que he hecho, de mi vida. Por eso a vosotros no puedo menos que intentar daros ese bien, disfrutad de la satifacción del esfuerzo, de la superación propia, de la consecución del logro. El resto de las cosas son efectos colaterales de este hecho”
El cáncer que se suponía me había desaparecido hacía ya diez años volvió a ocupar mi cuerpo, los médicos no consiguieron justificar que reapareciese. Yo sabia el porqué, estaba ocupando el hueco que había dejado mi mujer. Ella era la que me daba las fuerzas para querer mejorar cada día, esforzarme, y sin ella el cáncer tenía un rival débil con el que enfrentarse.
Ahora estoy en el hospital, ingresado, he visto en los ojos de mi médico que la perspectiva no es buena, y posiblemente no llegue a las próximas navidades, que es cuando conseguía juntar a todos mis hijos en la misma mesa. Desde que les expliqué lo de la herencia ninguno a venido a verme, ni me ha llamado al hospital. Es evidente que se han enfadado mucho conmigo por este tema. Pensaba que era yo el que les iba a enseñar algo, sin embargo están siendo ellos los que me están ensañando, aún a pesar que hace años que digo que ya soy mayor para aprender cosas nuevas. De la misma manera que hay tres etapas en la vida también hay tres formas de aprender: La experiencia propia es el mejor camino; el ejemplo, no siendo tan educativo sigue siendo bueno; y el peor, el que yo intentaba aplicar es con la palabra. Por desgracia es tarde ya para corregir mis errores de la vida.

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