miércoles, 17 de julio de 2013

TODO FINAL ES UN PRINCIPIO

1.-EL TALLER

Cuando Sito nos llamó a su despacho, yo ya sabía lo que iba a pasar: “Avisa a Jaime y venid los dos”, me dijo. Salí de mi oficina y recorrí el corto pasillo que me separaba del taller. Nunca tan largos se me hicieron aquellos diez metros que tantas veces había recorrido.
Jaime estaba debajo de un coche, como solía ser habitual, lleno de grasa. Le llamé pero no me oyó, así que tuve que golpearle en la pierna. Tenía la música a todo volumen. “Nos llama Sito al despacho”. “¿Qué pasó?” me dijo con voz temblorosa. En mi cara se podía ver que nada bueno.
El pasillo de vuelta se hizo aún más largo que a la ida. Como reo que recorre el corredor de la muerte, yo iba resignado a lo que se nos venía encima. Jaime en cambio, estaba más asustado, al menos, por fuera. No paraba de preguntarme que pasaba, e insistía en que seguía siendo el mejor mecánico de la ciudad y no podían echarle. Lo primero seguro que era cierto, al menos, más cierto que lo segundo. Con poco éxito, intenté tranquilizarlo.
Sito estaba sentado detrás de la gran mesa que había mandado hacer, hace ya treinta años, su padre. A pesar de ser más alto de lo que era Don Andrés, la mesa se le hacía mucho más grande, apenas se le veía enterrado en el sofá de piel.
En cuanto Sito empezó a hablar, lo dejé de oír, sabía perfectamente lo que iba a decir, a fin de cuentas lo conocía desde que era un niño. De forma aislada oía palabras como “crisis” ,“he fallado” “lo siento”, “si estuviese mi padre”... pero mi cabeza me llevaba a los tiempos felices en los que en taller trabajábamos 10 personas, quizá el mejor taller de la ciudad. El trabajo no faltaba y cobrábamos nuestro sueldo y nuestras horas, porque se trabajaba hasta tarde. Sito, que de aquella apenas era un niño, correteaba entre los coches y se subía a los hombros de Jaime para preguntarle “¿Que es eso? ¿Que es aquello?” sobre cada pieza de los coches que desmontaba. Por aquel entonces, yo también estaba en el taller, aunque no se me daba demasiado bien. En la oficina se bastaba Don Andrés y su mujer, Doña Clara.
Cuando volví a la realidad del momento, Sito estaba llorando. Pero esta vez, no estaba Don Andrés para solucionar el problema, como cuando de chaval llegaba con un coche que había accidentado, y sus lágrimas ablandaban a su padre para que se hiciese cargo de todo.
Me ví obligado a consolar a los dos. El uno no era capaz de objetivizar una situación llena de emociones, y el otro no paraba de preguntar “¿Y esto como se lo cuento yo a Carmen?”.
Cogí a mi amigo (más de treinta años trabajando juntos) y lo saqué de allí bajo el brazo. Era la hora de salir y ese día, con más motivo que ninguno, nos habíamos ganado una cerveza en el bar de enfrente.
Apenas pude razonar con él. No era el mejor momento para quedarse en el paro, no quedaba duda, pero había que seguir adelante. Le recomendé que fuese a casa y le contase lo sucedido a su mujer, que aunque nunca nos habíamos llevado bien, era la primera que tenía que saber lo que había pasado. De echo, esta era LA GRAN PREOCUPACIÓN de Jaime, “De ésta, fijo que me deja” decía tembloroso.


1.-UN NUEVO PRINCIPIO

De camino a casa, paré en el centro comercial. Compré un gran ramo de flores, como los que le gustaban a Marta. Los niños estarían ya en casa, posiblemente con los deberes hechos, y queriendo cenar para ver un rato la tele.
Efectivamente, desde la puerta se olía la cena, macarrones al horno, era viernes. Marta ponía la mesa, y contestó con cara de interrogante al ramo de flores. Llamé a los niños a cenar, “ahora te cuento” dije.
Estaban intranquilos tenían un montón de planes para el fin de semana, y se interrumpían al hablar. Les pedí un minuto de silencio, tenía que contar una cosa:
-Os tengo que contar una cosa. (Empecé con algo de solemnidad).
Sabéis porqué se celebran los cumpleaños? Porque se cumple un año del día que más puede celebrar una persona, el día que nace, el día que todo empieza para él.
Lo normal es que la gente solo tenga un cumpleaños, y por tanto esa celebración solo la pueda hacer una vez al año. Desde hoy, yo tengo dos. Vamos a poder celebrar mi cumpleaños dos veces, porque hoy he tenido una suerte enorme. Una suerte que casi nadie tiene en la vida. (Marta me sonreía con una lágrima resbalándole por la mejilla).
Hoy ha cerrado el taller, para siempre. Y por eso tengo la oportunidad de volver a empezar. (los niños se quedaron como estatuas, supongo que no terminaban de entenderlo), Esto va a implicar algunos cambios, y tenemos que empezar desde ya. Será una gran aventura, que correremos todos juntos y necesitamos hacerlo como un equipo. Me vais a ayudar?
-Sí papá, dijo David con voz seria.
-Pues este fin de semana vamos a ordenar muy bien la casa y recogerlo todo, vamos a irnos a vivir una temporada a casa de los abuelos, que para esta nueva vida que empieza hoy, tenemos que deshacernos de muchas cosas de la vida de antes.

Terminamos de cenar casi en silencio, lo cierto es que me costaba transmitir el ánimo que me hubiese gustado, y todos notaban que mi alegría tenía mucho de fingido.
Teníamos algo de dinero ahorrado, pero con los niños, la casa, colegio... lo cierto es que apenas nos daría para tirar un año. Había que buscar soluciones, y lo primero era reducir gastos, la casa de mis padres podría ser una buena solución temporal. Marta estaba de acuerdo, ya lo habíamos hablado si se daba la situación que se había dado.
Esa misma noche Jaime me llamó tres veces, era incapaz de hablar con Carmen, su mujer. Y yo incapaz de ayudarle.

3.- LOS PRIMEROS MESES

El cambio fue para bien, sobre todo al principio. Mis padres se alegraron de tenernos en casa, y poder estar más tiempo con los nietos. Para mí era volver a empezar en toda regla, mi habitación, el olor de mi casa... Por suerte pudimos alquilar nuestro chalet bastante bien, suficiente para pagar la hipoteca. Y con el paro, lo cierto es que para los gastos, nos daba. Marta volvió a coser para algunas tiendas del centro, subir pantalones y esas cosas. Yo, día tras día, me levantaba con el convencimiento de que ese iba a ser EL DÍA de encontrar trabajo, pero EL DÍA nunca llegaba.
El mejor fue el primer mes. Todos necesitamos cambiar de vez en cuando, y lo vivíamos como unas vacaciones en casa de los abuelos. A partir del segundo, empezaron a surgir esos roces que tiene el que seis personas compartan 90 metros cuadrados. Además, yo me empezaba a preocupar, porque trabajo, no había.
Jaime me llamaba casi a diario, y de vez en cuando echaba una cerveza con él. En su fuero interno pretendía que yo le ayudara (a pesar de estar más jodido que él, que no tenía niños). Insistía en que era el mejor mecánico de la ciudad pero que la cosa estaba fatal. Apenas había visitado tres talleres para pedirles trabajo y ni siquiera había redactado un curriculum (aunque cierto es que sería un curriculum de una línea, llevábamos trabajando en el taller toda la vida).
Al tercer mes me pidió dinero. Tenía que pagar algunas cosas. Seguía haciendo la misma vida que antes. A Carmen la seguía viendo de compras por el centro con frecuencia, aunque nunca me paraba a hablar con ella, no nos llevábamos bien, ya lo había comentado. Sospechaba que no le había contado toda la verdad a su mujer, así que le dije que le dejaba el dinero si me prometía que iba a contárselo a Carmen y si no se lo contaría yo. Así lo hizo y yo le dejé el dinero. A la semana siguiente llamé a casa de Jaime preguntando por él, “Está trabajando” “¿Donde?” contesté. “No seas tonto, donde va a ser.. en el taller!!!” me dijo su mujer. Posiblemente había perdido 1.600€ pero me dolía más perder la confianza en un amigo. No le dije nada a Carmen, pero tampoco a Jaime, ya no más.

4.- LA NECESIDAD AGUDIZA EL INGENIO

Era ya demasiado tiempo, y no parecía que fue a aparecer nunca un trabajo. Así que empecé a plantearme el montar un negocio por mi cuenta. Lo cierto es que tampoco sabía hacer nada útil, mi trabajo se limitaba a hacer facturas, presupuestos, ordenar papeles, albaranes... Y los talleres de la ciudad, con los que tenía buen trato, no parecía que estuviesen buscando gente, más bien todo lo contrario.
No se vendía coches, y los que había andaban menos kilómetros, pero aún así me sorprendía que los talleres tuviesen tan poco trabajo, así que me empecé a fijar en los coches aparcados y los que circulaban por las calles.
Casi todos tenían falta de cuidado, el que no estaba rayado, perdía algo de aceite, o tenía la tapicería hecha polvo, o por el ruido le rozaba el ventilador, o la correa. Trabajo no parecía que faltase. Incluso los coches buenos, de gente que tendría dinero para arreglarlos, tenían falta de mantenimiento. Quizá el tener que trabajar más para ganar lo mismo, hiciese que les faltase tiempo para llevarlos ellos mismos al taller. Se me ocurrió una idea.
Esa misma tarde monté sobre mi bicicleta plegable una batería de coche con una dinamo y empecé a diseñar una “carrocería” para serigrafiarla. Por una temporada tendría que renunciar a salir de paseo con los niños. Preparé una repisa en la parte de atrás con el hueco justo para montar mi portátil con una impresora debajo. Acababa de nacer “TELE-TALLER”. Mi cuñado me diseñó un logo e hicimos unas pegatinas impresionantes para pegar en los costados.
La gestoría que llevaba las cosas a Sito, no puso problemas en arreglarme los papeles gratis para darme de alta como autónomo. Decía que ya le pagaría con los beneficios.
La idea era sencilla, recorrer las calles buscando coches con reparaciones que el dueño estuviese dispuesto a arreglar, preparar un presupuesto al momento y dejárselo en el parabrisas con mi teléfono. En el momento que me llamasen, me acercaba con la bici, la metía en el maletero y le llevaba el coche a arreglar mientras el dueño estaba trabajando, o en casa. Estaba impaciente por empezar.

5.- EL FINAL DEL PRINCIPIO

Reconozco que las primeras semanas fueron duras, creo que hice más de doscientos presupuestos hasta que tuve la primera llamada. La gente me veía a mis cincuenta y tantos años en mi bici plegable y se reían de mí. Nunca pensé en rendirme, pero reconozco que alguna lágrima de rabia sí que solté. Solo pensar en mi familia me hubiera dado fuerzas para dar la vuelta a mundo con aquella bicicleta plegable de mierda. No iba a parar.
Fue casi sin darme cuenta, al principio me solían llamar para lavar el coche, un cambio de aceite como mucho, o llevarlo a pasar la ITV. Yo le ponía mucha ilusión. La misma si me pedía que le revisase la presión de las ruedas que si me hubiese tocado la lotería. Y poco a poco, me empezaba a llamar, incluso gente a la que no había hecho presupuestos, solo me conocían de oídas. En los talleres empezaron a hacerme descuentos bastante jugosos, a fin de cuentas, les llevaba trabajo.
En un año tenía a dos chicos con bicicletas plegables recogiendo y entregando los coches a los clientes.
Fue entonces cuando pensé en montar mi propio taller, tenía mucho trabajo y alguna vez me fallaban en el plazo. Quizá así controlase mejor los tiempos.
Llamé a Jaime, a fin y al cabo, seguía siendo el mejor mecánico de la ciudad, quedamos a tomar una cerveza. Su mujer le había dejado y estaba viviendo con su hermano. Cuando le propuse montar un taller a medias, nos fundimos en un abrazo. “eso sí, el primer sueldo, ya lo has cobrado” “esperaré por el segundo” me dijo con una gran sonrisa.

Alberto Rodriguez Boo

En un barco a la deriva:
El pesimista se pone a rezar seguro de su muerte.
El optimista se tumba en cubierta seguro de que alguien irá a rescatarlo.
El realista... rema.