viernes, 30 de septiembre de 2011

ODIO

Hoy por fin lo he entendido todo, he desentrañado un sentimiento desconocido para mía hasta hace bien poco, el odio.
Siempre había creído en la necesidad del trabajo y el esfuerzo para la consecución de los objetivos. El llegar a donde hoy me encuentro ha supuesto mucho de ambas cosas. No soy amigo de hablar de casualidades, más bien de saber aprovechar las oportunidades que te surgen, y creo que de eso yo he sabido bastante. El haber conocido a la gente adecuada, y el haber hecho algunos buenos negocios solo me abrió la puerta a la élite a la que ahora pertenezco.
Recuerdo perfectamente los meses de ahorro, guardando cada euro, sin darme ni el más mínimo capricho para poder pagar las letras de un coche y una ropa que fuese valorado por esa casta que envidiaba y ansiaba. Recuerdo con orgullo las horas frente a los espejos de mi apartamento practicando las posturas, los gestos, conversaciones ficticias, viendo películas en las que poder aprender como se comportaba la gente en la que me quería incluir. Puede que alguien pueda pensar que estar en la élite es sencillo, para mi no lo fue. Fingí durante años saber jugar al golf, esquiar o hacer vela, reí chistes clasistas que no compartía y seguí conversaciones interminables sobre inversiones y rentabilidades en las que apenas podía aportar algo más que humillación y vergüenza. Pagué clubes selectos apenas ganando lo que cobraría el que nos limpiaba los baños. Estaba convencido de lo que quería y el esfuerzo que iba a requerir.
El tiempo me lo dio, y de todo aquello salieron los frutos y hoy soy uno de ellos. Los contactos funcionaron, el dinero llegó y por fin empecé a sentirme merecedor del lugar que ocupaba en aquella sociedad exclusiva. Por fin todo iba bien. Todo iba bien hasta que llegó él, Francisco Gonzalez Blanco, ni siquiera su nombre quería decir nada. Un don nadie con todas las letras.
Entró de la mano de mi buen amigo Javier Ureña, amigo que me gané invirtiendo lo que para mí, en aquel entonces, era una fortuna, en cenas y salidas nocturnas. Javier era un tipo de trato afable, a pesar de su aspecto despreocupado yo sabía de su capacidad de análisis y valoración de las personas. No entendía como había podido traer a ese personaje a una de nuestras reuniones en el club. Era un completo desconocido, un peón de la sociedad, hablaba como un camarero de barrio. Si me hubiesen preguntado diría que vivía en Vallecas o Carabanchel, ni siquiera tenía conjuntados los zapatos con el cinturón, sin hablar de su corte de pelo. Cierto era que podía generar cierta gracia su desparpajo y naturalidad, aunque del todo inapropiado, incluso indecente. Para mis adentros pensé que quizá lo había traído para mofa de la pandilla. Yo había invertido años de mi vida en ser como ellos, y desde luego que no estaba dispuesto a permitir que este don nadie ocupara un sitio en aquella mesa sin ningún tipo de mérito además de saber contar chistes y decirle tonterías a las camareras. Supongo que el odio nació aquel día, a pesar de que tardé semanas en entenderlo.
Las visitas de Francisco, que al segundo día ya era Paco, se repitieron. Se ganó a la gente a pesar de no tener donde caerse muerto. Trabajaba de comercial vendiendo coches, Seat, para más inri. Me sentía incomodo no solo porque se hubiese hecho un hueco en el grupo que a mí me había llevado años, sino porque además se había convertido en el centro de atención. Por su culpa, cambiamos partidas de pádel por excursiones a la montaña, nuestras copas en el reservado del Luxuri, por darnos codazos en las barras de Malasaña... durante semanas no entedía nada. Yo había invertido veinte años de mi vida en pertenecer a esa élite y el se había colado directamente en el corazón del grupo y por la puerta de atrás. El odio se extendió como un virus, incluso con manifestaciones físicas, vómitos, fiebre, mareos, etc. Era incapaz de controlarlo, al verlo me temblaba todo el cuerpo, se me aceleraba el corazón, solo su presencia me sacaba de mis casillas.
Ahora que estoy pagando por lo que hice me doy cuenta porqué matarlo no hizo que desapareciese esa sensación. En aquel momento no lo veía, solo pensarlo hace que me inunde la tristeza y la ira, me deshago como un niño pequeño al que regaña su padre, pero a quien realmente odiaba era a mi mismo. Desprecio cada cosa que tengo, cada día que he vivido hasta hoy, lloro sólo con mirarme al espejo. He tirado mi tiempo, mi vida, mi trabajo y mi esfuerzo luchando por un objetivo equivocado. Había fijado mi mirada tan abajo, en el camino, que perdí de vista la meta . Y ahora ya no puedo recuperar nada de lo perdido, y lo he perdido todo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

ATASCO

Los atascos siempre han producido en mí un efecto contrapuesto. Por una parte me sacan de mis casillas, la sensación de estar atrapado y no poder ser libre de utilizar tu tiempo en lo que realmente quieras me desespera. Por otro, me hacen evadirme y pensar en cosas que me alejan, al menos intelectualmente del lugar y momento presente.
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Aquel atasco de 2032 me llevó al atasco de veintiún años antes. Cuando por primera vez me planteé vivir en Madrid. Ha cambiado todo mucho desde entonces, por lo menos ahora los atascos no son tan ruidosos y contaminantes. Recuerdo que era final de verano, llevaba apenas unas semanas trabajando allí, pero ya me estaba haciendo a la idea que mi futuro pasaba por quedarme en la capital. Y eso que toda mi vida había estado huyendo, como perro apaleado, de aquella ciudad sumida en el caos y el estrés. Fue precisamente aquello el desencadenante de todos los cambios que me llevaban aquel día a aquella entrevista. Era momento de hacer balance y la verdad no había preparado como debía lo que me iban a preguntar. Tampoco me preocupaba, me preguntarían un poco de los comienzos de “Control Systems” y algo de los sistemas de seguimiento disperso (SSD) que tanto éxito habían tenido. Por otra parte, ya estaba acostumbrado a hablar de ello.
El hilo argumental lo tenía organizado, aquel “Join de dots” de Steve Jobs que tanto me había marcado a principios de este milenio. Efectivamente podía resultar raro el ver que alguien como yo, con una vida dispersa y desorganizada, dando tumbos de un sitio a otro y sin una trayectoria clara, hubiese acabado desarrollando un sistema de seguimiento y triangulación por microondas que hoy en día se utilizada para casi todo. Se trataba sencillamente de una concatenación de casualidades, o de mantener la fe en que al final, los puntos se unen.
Llegué con tiempo a la entrevista, había aprendido a marcar mis horarios en función de los atascos y no pretender que fuese al revés, todo un logro para mi paz interior. Andrés del Hierro, el periodista, quería que hablásemos un poco antes de empezar, así que nos sentamos tranquilamente en una sala.
-No tengo ni puta idea de que haces, solo sé que todo el mundo habla de ello, ¿me puedes explicar de que se trata todo esto?
-Es muy sencillo, es un dispositivo basado en la misma tecnología que los teléfonos móviles pero que nos permite comunicarnos automáticamente con un ordenador. Ha sido la manera de enviar y recibir información entre dispositivos que se mueven y saber donde están uno respecto del otro con fiabilidad. Hoy día es algo transparente para nosotros, pero prácticamente todo está comunicado con sistemas de este tipo, es lo que hace que los coches no choquen y puedan moverse solos para ir al taller o que tu nevera hagan sus pedidos por si sola y el repartidor automático te la rellene sin siquiera darte cuenta, de forma rápida y limpia.
-Pero esto se aplica hoy lo mismo a los medios de transporte, a las máquinas, que a las personas, ¿no puede tratarse de algo nocivo para la salud?
-Bueno, cuando lo desarrollamos hace casi veinte años se aplicaba solo en el sector industrial, de echo había sido una idea que había planteado ya hace muchos años en una fábrica en la que trabajaba y se descartó por ser muy caro y difícil de implementar. No deja de ser una llamada de móvil, es igual de dañino que hablar por teléfono, además, las intensidades que se utilizan son mucho más bajas, al ser datos codificados no necesitamos tanta potencia. En las personas tiene muchas aplicaciones sin las que hoy no sabríamos vivir, imaginas acaso orientarte en un edificio que entras por primera vez sin tu SSD, o la inseguridad que generaría el cruzarte con alguien que no dispusiera de un SSD, podría ser un atracador, un terrorista... tendríamos que vivir rodeados de policía, de señales, cámaras, etc.
-Y cuanto tiempo estuvo la idea en el cajón?
-Aproximadamente diez años. Hubo un momento en mi vida en que me planteé un cambio drástico, estaba cansado de la vida que tenía. El caso es que pensé en Madrid como ciudad de oportunidades. Como lo único que sabía hacer era vender ideas, me puse a trabajar de consultor de ingeniería. Fue cuando me dí cuenta de que las empresas productivas de aquel entonces necesitaban cada vez sistemas de control automático más versátil y los clientes demandaban más productos a la carta. El germen del seguimiento disperso fue poder comunicar a los equipos con los elementos que se estaban fabricando en tiempo real. Por poner un ejemplo, un niño ingles hacía su pedido por internet de un juguete de acuerdo sus preferencia de tamaño, color, forma, etc. La diversidad, la personalización del productos y los costes hacían que no puediese haber stock de cada posibilidad, así que ese pedido directamente llegaba a un dispositivo fabricado a base de PLC's en la fábrica e iba cubriendo los pasos de la linea de producción que necesita, y todo eso sin la acción de ninguna persona.
-Se trata entonces de la automatización total?
-Bueno, en aquel momento fue un avance, era unir al cliente con el producto en todo momento. Además el consumidor podía saber en tiempo real que estaba pasando con su compra. Hoy en día ha eliminado los stocks, reducido mucho los accidentes y flexibilizado las producciones.
-Pero esto no solo se aplica a la fabricación, como fue el salto a la universalización de esta idea?
-Fue algo casual, de nuevo. Tenía un amigo viviendo en China por aquel entonces. A través de él, empecé a visitar algunas fábricas de alta cadencia de producción, como consultor, y cuando aplicas estos sistemas que había testado en pequeños talleres a grandes fábricas los resultados son espectaculares. En seguida las fábricas que no implantaban sistemas de seguimiento disperso se veían en clara desventaja competitiva. Ese fue el escaparte. Hubo quien pensó que se trataba de una moda, como el Just in Time, el kaizen o otras filosofías, pero aquí había una base física, palpable y concreta. De ahí a los sistemas que se aplican para el control del tráfico aéreo y terrestre, o a nuestra vida cotidiana fue solo evolucionar la idea, para eso se creó “Control Systems”, contratamos a un montón de ingenieros, trabajadores y creativos que fueron los realmente responsables de la expansión.
-Hoy en día no me imagina el mundo sin todo esto, ¿te haces una idea de lo que serían coches sin SSD?
-Supongo que ha cambiado la forma de entender la conducción, si viesen nuestros abuelos que las carreteras ya no tienen lineas pintadas porque los coches se apartan solos, o que en un cruce el coche nos frena automáticamente, pues está claro que no se lo creerían. Lo cierto es que el equipo que desarrolló el SSD fue un equipo genial, durante un año, cada día que llegaba al trabajo habían conseguido una aplicación nueva, ellos son los que tienen el mérito, yo me dedicaba a buscar financiación y vender la idea a empresas que confiasen en nuestros sistemas.
-Bueno, me queda claro que eras un visionario.
-No te creas, tan solo era un joven con mucha imaginación a la que el destino le hizo cruzarse con las personas adecuadas en los momentos adecuados. No es que no me sienta orgulloso de lo que hicimos pero yo tuve poco que ver, sencillamente como dijo steve jobs en su día, estás obligado a elegir lo que haces y es el destino el que hace que los puntos se vayan uniendo. Solo hay que hacer, en cada momento, lo que crees que tienes que hacer.
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Volví otra vez al atasco, se me había ido la olla a otra de mis historias, miré el reloj, eran las 12:30 y aún quería recoger la casa y hacer la comida, hoy venían mis padres a comer, putos atascos.