miércoles, 31 de agosto de 2011

CAFÉ

Lo importante no son las oportunidades que te surgen, sino las que sabes aprovechar.


Conocí a Segundo Paez en el instituto, en el año 1965, era un tipo peculiar, no nos engañemos. Si fuese hoy en día le hubiésemos llamado friky, de aquella era simplemente un tipo peculiar. Era el hijo mediano de una familia trabajadora, poco amigo del estudio o del deporte. La verdad es que no entendía muy bien de donde venía que siempre anduviese con prisa, porque a ojos de todo el mundo, no hacía absolutamente nada. Coincidíamos para comer muchas veces, y como yo tampoco tenía muchos amigos me solía sentar con él. Era totalmente impredecible, lo mismo no habría la boca en toda la comida que se quedaba sin comer por seguir contando alguna historia increíble. Recuerdo que en una ocasión me contó una historia sobre un pájaro muy extraño. Lo había visto en el parque y no se parecía a ningún otro. Lo había buscado en libros de ornitología y al no encontrarlo, había llegado a la conclusión que era una especie sin catalogar. Era por eso que acababa de decidir ser biólogo y que aquel pájaro llevase su nombre. Este tipo de cosas eran las que hacían que fuese un poco peculiar y que no tuviese amigos. El echo de que yo fuese el que escuchaba estas historias ayudaba a que tampoco los tuviese yo.
No lo volví a ver hasta cinco años después. La verdad es que había cambiado mucho, había cambiado su ropa por algo más juvenil que le disfrazaban de persona normal. Me sonrió al verme, la verdad que me sorprendió. Me acerqué a él y le ofrecí tomar un café para ponernos al día. El se rió de forma extraña, seguía siendo un poco peculiar. “un café precisamente, jejejeje” me dijo. De camino a un bar que hacía esquina entre Alfredo Brañas y Doctor Teixeiro me empezó a contar que el café tenía mucho que ver con su familia. Parece ser que un jesuita llamado Pedro Paez había sido el causante de que el café llegase a España a mediados del siglo XVIII, algo curioso, sin duda. Pero las casualidades no se quedaban ahí. No me dejaba pedir al camarero contándome anécdotas que unían a su familia con el café, que si un abuelo comerciante, que si un primo alérgico... Sin duda estaba ilusionado con el tema. Poco a poco fue personalizando más la conversación, parece ser que el café es la segunda bebida más bebida en el mundo (después del agua) y que es el segundo producto más exportado (después del petroleo), y claro, él se llamaba Segundo, y era el segundo de dos hermanos, y siempre había vivido en un segundo. Estaba claro que el universo giraba para que se diese cuenta de su vinculación con el café. Las señales no podían equivocarse. El café y él debían volver a cruzar sus caminos. La verdad es que no supe que decirle, animarle hubiese sido alimentar mi fuego eterno, desanimarle sería incomodo y no me aportaba nada, no pude morderme la lengua y opté por la ironía:
¿y como piensas aprovecharte de esta conjunción cósmica? Le dije
Bueno, lo tengo todo pensado. Voy a montar un bar donde el café sea el centro, que puedas comprar café en grano de alta calidad para llevar, o que te lo hagan y lo tomes allí, o te lo lleves en un vaso de cartón y lo tomes por la calle. Tiene que ser un sitio donde te sientas a gusto, con música de fondo, algo así como tu tercer lugar, después de tu casa y del trabajo. Buscaré un sitio céntrico y le daré una decoración especial, con sillones y una zona donde puedas personalizar tu café con vainilla, cacao y estas cosas.
No pude evitar reírme, como alguien iba a tomar café en un vaso de cartón, y andando por la calle!!! y poner sofás en un bar, como si fuese el salón de tu casa... en 1970 aquello era una tremenda gilipollez.
Me pone tenso ver que la gente pierde el tiempo de su vida, y Paez me daba continuamente esa sensación, no quería discutir, pero él ya estaba incómodo y yo quería irme. Quedamos de llamarnos algún día.
Ese mismo año me dieron una beca para Seattle, cerca de Washington, toda una oportunidad para un españolito como yo de futuro incierto. Allí todo era diferente, estaba perdido, me sentía como una hormiga en el desierto, había muchos coches, mucha gente, todo era grande. No sabía a donde mirar ni hacia donde ir. La gente tenía siempre prisa, no tenían ni un minuto para pararse, la vida no era tan tranquila como en España.
Fue en una fiesta a finales de 1970 cuando conocí a Jerry Baldwin, mi profesor de historia. No sé como la conversación derivo de aquella manera, supongo que hablábamos de la necesidad de parar, de vez en cuando. El caso es que acabé hablándole del proyecto de Segundo Paez, cierto que con más seriedad de la que él me inspiró en su día contándomelo y como si fuese de cosecha propia. Yo me fui de Seattle antes de que Jerry abriese su primer Starbucks, de echo tardé años en saberlo. Fue en 1992, en mi despacho, leyendo el periódico. Salía una pequeña reseña, “una cadena de cafeterías llamada Starbucks y dirigida por Jerry Baldwin, empieza a cotizar en bolsa”. Sin duda fue una casualidad que justamente esa mañana Segundo Paez apareciese por mi despacho a preguntarme si tendría algo de trabajo para él. Era un momento difícil, la crisis se acercaba y los trabajos escaseaban. Por supuesto no le comenté nada de Baldwin, tan solo le desee suerte en la vida.

sábado, 27 de agosto de 2011

LA PESADA CADENA DEL MATRIMONIO

Decía el gran Alexander Dumas que el matrimonio es una cadena tan pesada que debe ser llevada entre dos y a menudo entre tres personas.


Eran las 6 de la tarde. Estaba deseando terminar aquel informe que me había ocupado toda el día. Había quedado con Silvia a las 6:30 en el hotel Avenida y no quería llegar tarde. Hoy había preparado para nosotros una fiesta sorpresa. Me había dicho que llevase un antifaz y ropa interior de color rojo. Lo cierto es que siempre se le ocurrían cosas para hacer de cada una de nuestras citas clandestinas algo diferente y nuevo. Habíamos empezado nuestros encuentros secretos poco después de tener a mi hijo David. Supongo que dejar de ser el foco de atención en casa me hizo caer en aquella tentación. Silvia era algo especial. Al principio buscábamos sitios recónditos, alejados y secretos para nuestros encuentros, pero con el tiempo habíamos ido perdiendo el miedo a ser descubiertos y cada vez nos veíamos en sitios más céntricos. Por otra parte, cada vez me daba más igual.
Cuando llegué al hotel Silvia ya estaba allí, esperándome. Había dejado a los niños con la canguro y también tenía prisa por llegar a casa, así que tuvimos que acelerar nuestros juegos de pasión. No fue un problema, nunca lo era. Con ella el sexo era algo diferente, apasionado a la vez que sencillo, nos gustábamos y disfrutábamos de nuestros cuerpos sin tabús ni complejos. Nos amamos durante dos horas y quedamos para la próxima semana, misma hora, mismo sitio.
De camino a casa paré a comprar algo, una tarta de fresa para David y Lucía y un ramo de flores para mi mujer, rosas rojas, algo clásico pero elegante. Estaba claro que me sentía culpable por llegar tarde. Me había dicho que llegase antes de las 9, que tenía una cena especial preparada y no me gustaba fallarles.
Intenté no hacer ruido al abrir la puerta. Disfrutaba viendo las escenas familiares de mi casa como si de una cámara oculta se tratase. Los niños jugaban a los castillos en el salón. Me acerqué a la cocina y sin hacer ruido me apoyé en el marco de la puerta. Mi mujer estaba de espaldas, frente la ventana, terminando de colocar un apetitoso asado sobre una fuente. Estaba sexy con aquel delantal que ceñía su cintura. Me acerqué por detrás sin hacer ruido y le besé en el cuello. Ella inclinó su cabeza sobre la mía apoyando su mejilla contra mi cara. Sentí ese calor que solo te da el hogar, estaba en casa, por fin a salvo del duro día.
Llamé a los niños que vinieron como dos ciclones. Tuve que separarles de la tarta para que no le metiesen los dedos antes de cenar. Puse las flores en agua y nos sentamos a la mesa. Los niños estaban algo revoltosos, más de lo habitual, se acercaba el cumpleaños de Davíd. Quería que empezásemos a comer cuanto antes, tenía hambre y dije “Cariño, ven a sentarte que ya sirvo yo la cena”. Ella se acercó y se sentó a mi lado. Al inclinarse, la falda que llevaba se subió un poco y no pude evitar quedarme mirando para sus muslos. Seguían manteniendo la sensualidad de cuando era una adolescente. Ella vio como me quedaba mirando. Con una sonrisa ruborizada me guiñó un ojo con una picardía que solo ella era capaz. En ese momento el estómago me dio un vuelco. Sentí esas cosquillas que sientes en el estómago cuando una sensación es tan intensa que no la puedes digerir. Nunca iba a dejarla. Era la mujer de vida, yo lo sabía. Lo de no tener dudas de este tipo es una de la ventajas de que tu amante y tu esposa sean la misma persona.